Una realización de Lidia Mansilla Valenzuela y Humberto Lagos Schuffeneger.
Portada: Carola Peñailillo Pérez.
Ilustraciones Interiores: Carlos Galleguillos Rojas.
Impreso por Taller del Libro. Octubre, 2021.
ISBN: 978-956-9972-32-4.
Textos relacionados con los árboles.
MI ARBOL
INALCANZABLE
Me gustan los árboles. Esos
árboles que miro desde lejos, los que imagino ver crecer. Mi vida de ciudad
impide que los vea abundantemente como es mi anhelo.
Crecí viéndolos de lejos, desde
un cuarto piso en el centro de la ciudad y los conocí luego, en las plazas y
parques de juegos infantiles. Me parecieron amigables, cálidos, pero un poco
tristes…
Los vi moverse al compás del
viento, de la lluvia, del tiempo y sus inclemencias. Pude verlos soportar todo.
Y podría pasar las horas y las hojas escribiendo sobre ustedes, mis amigos, las
acacias y los aromos de mi niñez, los nogales que contemplaron mi orfandad y
abandono. Hablaría del aroma de los eucaliptus y de los paltos que abracé
tantas veces y hoy son recuerdos. Me parece sentir sus fragancias esparciéndose
en el aire de abril.
Hay árboles que dan significado a
nuestras vidas y de los cuales siempre se habla: “árbol del té”, “árbol del
pan”, “árbol del bien y del mal”… hoy se aferra a mi sentir uno muy especial:
“el árbol de la sabiduría”.
Dicen las escrituras sagradas que
podemos encontrarlo y reconocerlo: un gigantesco árbol que crece en sentido
contrario a todo lo que en este mundo conocemos. Su frondoso ramaje se extiende
y florece hacia la tierra y sus raíces se elevan impetuosamente hasta tocar el
cielo.
Es muy fácil de entender su
existencia, si (como yo he intentado) nos sentamos alguna vez al lado de un
árbol cuya imagen se refleje en las quietas aguas de un lago.
Así es lo eterno y lo puro. Lo
inmortal. Es la unión entre el mundo espiritual y material. Sus ramas se
alimentan de la naturaleza material y nadie puede entender dónde termina, dónde
comienza, ni dónde está su base. ¿Cómo puedo entenderlo? y ¿cómo olvidarlo?
La sabiduría llega muy tarde y a
veces nunca llega, esconde las ramas, enredando sus raíces.
Con el paso lento y cansado del
tiempo, he ido comprendiendo algunas cosas, en verdad muy pocas… y esos árboles
se elevan hacia el cielo ante mi mirada esperanzada y una y otra vez intento
desenterrarme como sus ramas, sin querer, de lo efímero y superfluo y extender
mis raíces quebradizas a lo imperecedero.
Sueño despertar una mañana
abrazada fuertemente a ese árbol y quedar suspendida en el reflejo del lago,
cercana al cielo.
El excelente texto de mi hija Viviana Sandoval Urzúa.
EL ARRAYÁN
Inspirado en los incendios que año a año ocurren en lugares como los cerros de Valparaíso.
Mi
casa es pequeña, frágil, “material liviano” dicen los que saben.
Liviano
para que lo carguen los brazos de mi padre, que poco a poco levantó sus
paredes.
No
es muy bonita, pero sostiene mis lindos y cálidos sueños.
Mi
casa no tiene antejardín, pero mi patio trasero es el bosque. Un bosque que
sube por los cerros, donde día a día el viento lleva los rumores de las hojas y
los silbidos de los pájaros.
Mi
bosque tiene muchos árboles, muchos iguales, muchos distintos, pero yo tengo
uno. Es mío.
Mi
árbol es alto, pero no tan alto, tiene hartas hojas, pero tampoco tantas, a
veces con la luz, me parece que brillan y es como que me guiñaran en un saludo.
Por eso es mío.
Sé
que es mío porque su tronco es suave cuando lo acaricio, se ha puesto medio
anaranjado, como mi color favorito. Por eso es mío.
Es
mío porque en verano me regala unas florecitas que perfuman mi pieza y
sobre todo es mío porque lo quiero. Lo miro, me pierdo entre sus ramas a pensar.
Mi mamá dice que es un Arrayán, pero yo le digo “ayayán”, porque antes no me
salía la r y como es mío, yo lo nombré.
Mi
ayayán me cubre de los vientos calurosos del verano. Esta semana ha habido
tantos, que cuesta escaparse.
Estaba
entre sus ramas toda la tarde jugando al invisible y vi varios bototos y unas
voces fuertes pasar brusco, de acá para allá.
Mi
árbol me oculta, me guarda seguro. Es mi guarida. Mi mundo paralelo.
Se
hace tarde pero el calor aumenta.
Mi
madre me llama con voz urgente, no sé por qué todos corren y buscan sus cosas.
…
El
viento y el calor se mezclaron, se encendieron. Todo está en peligro.
-
¡Toma tus cosas, lo que puedas, lo más importante! -
Todos
buscan que llevarse y mi árbol está ahí esperándome.
Me
mira silente y sus ramas se ven más rojas cada vez.
No
puedo llevarte, no quiero dejarte.
Mi patio, mi bosque, mi árbol...
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